Entre montañas y bahías, la bella Akaroa en Nueva Zelanda, es un pequeño pueblo costero nacido como asentamiento francés y devenido en la razón que apresuró a los británicos a acelerar su decisión de agregar al país como una de sus colonias.
Hay solo un camino para llegar desde Christchurch a la península de Banks, donde se encuentra Akaroa. Unos 83 kilómetros de ondulante camino montañoso separan la ciudad más grande de la isla Sur de Nueva Zelanda de este encantador poblado costero.
La península aparece en los mapas como una extraña protuberancia con una topografía muy particular. Originalmente el lugar fue una isla y su formación se debe a la erupción de dos conos volcánicos. En uno de los cráteres se encuentra ubicada esta pequeña ciudad neozelandesa con origen francés.
El asentamiento se fundó en 1838, cuando el capitán de un barco pesquero consideró que el lugar era perfecto para establecer un puerto. Si bien los Ingleses no permitieron que la idea prospere, los habitantes del lugar, de origen francés, permanecen en el sitio hasta el día de hoy.
Akaroa es hoy una turística ciudad de Nueva Zelanda. Con el 60% de sus casas en alquiler para visitantes, es un lugar perfecto para relajarse, disfrutar de la costa, la naturaleza y la deliciosa comida de mar con estilo francés.
La ocupación francesa que no pudo ser colonia
En 1838 el capitán Jean Langlois, al mando de un navío ballenero con bandera francesa descubrió la península y pensó que podía ser un buen lugar para montar un puerto.
El líder de la embarcación, selló un acuerdo con los maoríes, que eran los habitantes del lugar, comprandoles 120 km2 de tierras. Cerrado el trato, regresó rápidamente a Francia para solicitar permiso a la corona y reclutar un grupo de comerciantes para asentarse en el punto adquirido.
En 1839, el rey Luis Felipe de Francia aprobó el acuerdo y permitió que más de medio centenar de personas viajen para fundar la ciudad que se llamaría “Port Louis-Philippe”.
Mientras Langlois emprendía su travesía con los colonialistas, las cosas cambiaron en Nueva Zelanda. La firma del tratado de Waitangi por parte de los británicos declaró su soberanía sobre las islas y convirtió al territorio en una colonia inglesa el 21 de mayo de 1840.
Unos días antes de que Langlois llege a tierras neozelandesas, el gobernador representante de la corona inglesa William Hobson envió un navío a Akaroa para monitorear a los franceses que estaban llegando al lugar. Finalmente estos entendieron que no podrían formar una colonia sin crear una situación hostil con los Ingleses.
Sin importar esto, los pasajeros del barco enviado en nombre del rey Luis Felipe decidieron quedarse de todos modos y formar una hermosa villa de estilo francés en plena colonia inglesa en el océano Pacífico.
Si bien hoy en día son muy pocos los franceses que habitan el lugar, todavía se respira esa atmósfera diferente al resto del país. Carteles con la bandera azul blanca y roja o inscripciones en francés se mezclan junto con la gastronomía típica de esa nación.
Un camino ondulante para llegar a un pueblo encantador
Si hay una característica que el viaje a Akaroa no tiene, es la de ser aburrido. De los 83 Kilómetros desde el centro de Christchurch hasta el pequeño poblado, un tercio del camino se realiza en un serpenteo absoluto.
Bellísimas vistas y caminos de cornisa dominan la atención de quienes visitan el lugar. Una hora y veinte minutos de recorrido prometen emoción y un poco de adrenalina si te dan miedo las alturas.
Al final de la carretera, se vislumbra un conjunto de casitas agrupadas en torno a un puerto. Todo coronado por colinas verdes y sembradios en altura.
En general la villa se encuentra ubicada entre el mar y las montañas, generando diferentes vistas panorámicas de la península de Banks. En su calle principal frente a la costa, decenas de hoteles, bares y restaurantes de estilo francés, decoran el lugar junto con casas de regalos y tiendas de diseñadores.
La historia de Akaroa está contada en cada calle. Todavía se pueden ver algunas de sus construcciones originales, mientras que predominan las casas de estilo “Villa” de principios del 1900.
La mejor forma de conocer el lugar es a pié. Unos dos kilómetros de extensión de punta a punta, permiten caminarla pacificamente respirando la tranquilidad del lugar y apreciando las maravillas naturales que la rodean.
Al atardecer, la puesta de sol detrás de las montañas es la excusa perfecta para buscar un restaurante para apreciar la buena vista y degustar una deliciosa cena, usualmente con variedad de pescados y mariscos del lugar y un buen vino francés o por que no, neozelandes.
Qué visitar en Akaroa
Crucero por la bahía y avistaje de delfines
La navegación es una de las actividades más populares del lugar. Con varias opciones de empresas que realizan la excursión, el crucero por la bahía se lleva a cabo en un agradable recorrido por sus pacíficas aguas.
Lo mejor de la travesía (además del paisaje) es la posibilidad de avistar delfines y ballenas, los cuales suelen nadar al lado de las embarcaciones y hasta se puede zambullir con ellos si el clima lo permite.
Recorrido por Beach rd.
La calle principal del poblado está llena de encanto. Emplazada frente al mar y con cientos de montañas en frente y a su alrededor, es el complemento perfecto para una caminata cautivadora.
Con ritmo relajado, el centro de Akaroa está repleto de restaurantes, patisseries, boulangeries, tiendas de regalos, etc. Algunos de sus restaurantes poseen una destacada gastronomía francesa en donde predominan los platos con pescados y mariscos.
Por supuesto que Akaroa cuenta al igual que toda Nueva Zelanda con cientos de caminos para el hiking. Si te gusta este tipo de actividad, te invitamos a leer Nueva Zelanda para los amantes del hiking
Faro de Akaroa
El faro de Akaroa no está emplazado en su lugar original y de hecho este ya no está operativo. El original se encendió por primera vez en la punta de la bahía en 1880 pero en 1977 fue movido a su actual lugar, al lado del cementerio.
El ahora monumento está en muy buen estado de conservación y aunque hoy en día se encuentre en manos privadas, aún se permite subir y apreciar las vistas desde su balcón durante los fines de semana.
Museo de Akaroa
El pequeño pero interesante museo de Akaroa se centra en la historia social y cultural de la península de Banks y su colección incluye archivos, arte, fotografías, trajes de época y exposiciones temporarias.
El lugar está ubicado frente al centro de visitantes y solo cierra dos días del año. La entrada es gratuita y no solo vale la pena conocerlo, sino que no toma mucho tiempo recorrerlo lo cual lo convierte en una excelente opción para los curiosos de la historia.
The Giants house
Esta exhibición ubicada en una histórica casa en una colina ofrece una encantadora experiencia a sus visitantes.
La muestra de la pintora y escultora Josie Martin invita a recorrer un trabajado jardín entre decenas de esculturas realizadas en mosaiquismo y cerámica. Las obras se complementan con el espectacular fondo de las montañas y el mar.
El lugar cuenta también con una galería de arte, un bar y la opción de alojarse en la bonita villa de los años 1900 decorada con el estilo de la autora. Un colorido lugar muy recomendable para recorrer y disfrutar.
Akaroa es uno de esos lugares con encanto significativo que, muchas veces no aparece en el top de las actividades en Nueva Zelanda pero que no decepciona en absoluto cuando se la visita.
Si te gustan este tipo de recorridos te invito también a descubrir otros más en mi espacio llamado Viaje relámpago o todas las semanas en El Enviador.
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