Este país que pertenece al Reino de los Países Bajos es un rosario de playas paradisíacas escondidas entre acantilados en pleno mar Caribe. Su capital poblada por mansiones coloniales y arte callejero tiene un casco histórico que presume de ser Patrimonio Mundial de la Humanidad. Curazao es sin dudas un auténtico caleidoscopio de culturas, colores y sabores.
Ubicado en el Caribe Sur fuera del cinturón de huracanes, a 50 kilómetros de la costa de Venezuela y a 7.858 de Ámsterdam, desde 2010, cuenta con 444 km2 poco explorados que esconden vestigios de épocas coloniales, majestuosas haciendas, coquetas tiendas de artesanía, galerías de arte y un pedazo de edén en forma de playas.
Lo primero que hay que descubrir de Curazao es su lado más urbano en su capital, Willemstad, sumándole el ritmo pausado de una pequeña isla caribeña.
El Ámsterdam tropical
Son los colores brillantes de las típicas casas de arquitectura colonial europea lo primero que llama la atención de Willemstad. De aquellas que miran orgullosas a la bahía hay que visitar la número 8, de color rosa chicle y con el rótulo The Blue Experience. Es una tienda-museo especializada en la bebida más emblemática de la isla, el blue curaçao.
El porqué de las fachadas de color va más allá de una simple estética urbanística. Fue idea del gobernador Albert Kikkert quien dictó, en 1817, una ley que obligaba a pintar todos los edificios de la ciudad de cualquier color que no fuera el blanco. ¿Y por qué? Parece ser que el resplandor del sol sobre este último le causaba fuertes dolores de cabeza.
Entre esas coloridas casonas –que recuerdan a las de Ámsterdam– se descubre una población alegre, fiestera y que recibe a sus visitantes como si fueran de los suyos. Esa espontaneidad y respeto por su cultura se aprecia en todos los rincones de la isla, en cada tienda, galería de arte o en lugares como el tradicional Netto bar.
Punda, el lado más colorido
Willemstad está divido en dos distritos (Punda y Otrobanda), separados por un estrecho canal cuya brecha salvan tres puentes. El de la Reina Emma –peatonal y flotante– es, sin duda, el más icónico. Punda es el distrito más antiguo (1634) y está marcado por los coloridos edificios de la bahía, una zona conocida como Handelskade y que conforma la postal más icónica de la isla.
Detrás de ella se halla la sinagoga Mikve Israel-Emanuel, la más antigua del hemisferio occidental aún en funcionamiento. Fundada en 1651 y consagrada en 1732, posee un museo en el que aprender de la cultura judía del país.
Las estrechas callejuelas de Punda están repletas de galerías de arte como la de Nena Sánchez; una artista local que recrea los brillantes colores de la isla en sus lienzos; y tiendas de artesanías como Serena’s Art Factory que se dedica a la venta de las famosas chichi, muñecas voluptuosas pintadas a mano, cada una diferente de la otra.
Si en medio del recorrido queremos comer algo, La Boheme es nuestro sitio. Se trata de un bistró atípico regentado por una familia chilena, que dice servir los mejores batidos de la isla –siempre de frutas tropicales frescas–, además de platos que mezclan sabores de toda Sudamérica y el Caribe.
Luego, hay que dejarse caer por el Museo Marítimo, ubicado en un edificio histórico del siglo XVII espectacularmente restaurado hasta alcanzar su antigua gloria. Dentro, alberga modelos de barcos del mismo siglo, mapas y todo tipo de objetos relacionadas con el mar.
Arte callejero en el barrio de Scharloo
La cultura curazoleña se ha tejido con raíces africanas y patrimonio europeo, pero ha sido aderezada con la felicidad y la espontaneidad caribeña; la misma que se refleja en las calles de este barrio de Punda.
Gracias a Street Art Skalo, un proyecto lanzado en 2016, las calles de este sector de la ciudad se han convertido en un polo creativo. Están repletas de impresionantes murales de artistas locales como Garrick Marchena, quien utiliza el entorno natural de la isla y su gente para crear arte en cada esquina.
Sus murales están diseminados por toda la capital, especialmente en el barrio de Scharloo, en el que otros jóvenes artistas se están animando a expresarse a través del arte; solo hay que caminar entre sus callejones para encontrarlas.
Otrobanda, el distrito cultural
Cruzando alguno de los tres puentes con nombre de reina se llega a Otrobanda que en la lengua criolla papiamento significa la otra orilla. Aunque a principios del siglo XVIII fue un barrio elegido por los criollos, en el siglo XIX se convirtió en un importante centro cultural y comercial.
La otra orilla de la bahía de Santa Ana es conocida como la cuna cultural de Curazao y jugó un importante papel en el desarrollo económico, social y artístico de la isla. Con influencias portuguesas, españolas, neerlandesas y hasta francesas, en Otrobanda se gestó el mestizaje que hoy puede apreciarse en todo el país.
Para entender mejor su historia hay que pasarse por el turbador Museo Kura Hulanda que muestra cómo fue el comercio trasatlántico de esclavos provenientes de África. Así como por el RIF Fort, un baluarte erigido en 1828 con piedras de mar, reconvertido en un centro de ocio y restauración.
Que este sea un viaje esencialmente urbano no quiere decir que no pisemos con nuestros pies la arena. En la bahía de pescadores encontramos Pirate Bay, un chiringuito en el que los cócteles a base de blue curaçao y las frituras de pescado se alternan con chapuzones en las cristalinas aguas de su espléndido mar.
Fusión de sabores
La gastronomía local combina influencias europeas, caribeñas, latinas y de Asia oriental: iguana, langosta, maíz, cabra, cerdo, verduras o frutas tropicales como la papaya y el coco.
El Mercado Viejo, conocido como Marsche Bieu, es perfecto para probar platos tradicionales como el jiambo, una sopa de verduras con carne, caracol e iguana o el keshi yena, queso edam relleno de pollo, tomate, aceitunas, huevo, pasas y especias.
Mientras que en el curioso y colorido mercado flotante podrás probar frutas tropicales frescas y ver cómo los locales compran pescado, mariscos y verduras traídas cada mañana desde Venezuela.
El Caña Bar and Kitchen, es el ideal si lo que buscamos es una cena más sofisticada, aunque algo desenfadada. Su ceviche y sus costillas de cerdo acompañadas de yuca frita están para morirse; sus cócteles, de frutas como el maracuyá, son ideales para terminar la noche en una de las islas más multiculturales, coloridas y alegres del Caribe.