Si Gaudí levantara la cabeza y se tropezara con un edificio de Freddy Mamani se quitaría el sombrero. Le Corbusier, por su parte, volvería de cabeza a su tumba. Y es que la arquitectura del artista boliviano no deja indiferente a nadie.
Desde que hace década y media comenzara a teñir de colores El Alto en la ciudad de La Paz, la comunidad arquitectónica se divide entre el amor y el odio: los que lo consideran un visionario renovador y los que tildan su obra como mamarracho.
La obra se enfoca en la recuperación del pasado precolombino de los pueblos andinos. El artista boliviano mira mucho más allá de la aburrida reinterpretación de la arquitectura europea. Efectivamente, buena parte del continente americano está plagado de arquitectura colonial que combina diferentes estilos y épocas, pero siempre teniendo como base el estilo predominante en la metrópoli.
Sus orígenes
Freddy Mamani nació en 1971 a 300 km de la Paz, en el pueblo de Catavi. Con apenas cinco años ya acompañaba a su padre albañil a la obra y pocos años después estaba subido al andamio. Pronto empezaría a imaginar las posibilidades de la arquitectura más allá de las casas de adobe y paja.
Con dos títulos el de ingeniero y arquitecto estudiando por las noches hoy es tapa de todas las revistas de arquitectura del mundo.
En 2005 comienza a trabajar en El Alto. Su inagotable imaginación y su falta de prejuicios creativos cambian para siempre el aspecto de una ciudad que Mamani ha puesto en el mapa arquitectónico mundial.
Su inspiración
En vez de reinterpretar una vez más la tradición arquitectónica grecolatina y poner un frontón y un par de columnas jónicas a un edificio, Mamani se inspira en los aymara, pueblo que habita la meseta del lago Titicaca desde tiempos inmemoriales.
El motivo que define su obra es el aguayo, prenda típicamente andina que usan especialmente las mujeres como abrigo, adorno o mochila. Los colores cimbreantes de estos tejidos son llevados por Mamani al vidrio, al espejo y al policarbonato que forman el núcleo de los edificios del artista boliviano.
El precio de una construcción de Mamani se cifra entre 200.000 y 300.000 dólares, un precio que muy poco bolivianos pueden pagar. Pero la clase social pujante en el país que se ha enriquecido en las últimas décadas necesita nuevos elementos que resalten su prestigio. Los edificios son los ideales para enfatizar esa vinculación con la cultura tradicional de los pueblos andinos.
“Vi que había un vacío en la Escuela: solo nos enseñaban a replicar lo de fuera y a hacer viviendas monocromas. Yo quería recuperar el color de la cultura tiahuanaco de mi familia y la geometría de los aguayos (tejidos) con los que las cholas (mujeres andinas) llevan a sus bebés a la espalda”.
Su andinización de la construcción coincidió, además, con la llegada de Evo Morales al poder y el empoderamiendo de un grupo de indígenas de El Alto, al lado de La Paz, que reclamaban la estética Mamani.
Los originales Cholets
En sus cholets (mezcla de chalet y chola) todo se aprovecha: en la planta baja hay tiendas; en la primera, salas de reuniones para fiestas, y arriba, casas. “Tienen vida y espíritu. Mi arquitectura es polémica y un poco rebelde. Nace del enfado, de querer mostrar que nosotros también podemos hacerlo a nuestro modo”, concluye este hombre, criticado por sus colegas, que en 2014 se redimió licenciándose como arquitecto. En El Alto, su bronca ya ha creado 70 viviendas entre kitsch y excesivas, que los turistas visitan, y hay 30 más en Perú y Brasil y, en breve, en Ecuador, Chile y Argentina.